La obediencia debida
Adolf Eichmann
El nombre de Adolf Eichmann seguramente nos suena a todos de una forma u otra. Nacido en 1906 en Solingen (Alemania) fue el responsable directo de la ejecución de la llamada solución final. Hijo de un industrial alemán, inició sus estudios universitarios sin llegar nunca a completarlos, trabajó en diversos oficios hasta que se unió al partido nazi austriaco en 1932. Con la llegada de los nazis al poder inició su carrera político-policial incorporándose a la plantilla de administradores del campo de concentración de Dachau.
Dotado de una enorme capacidad de trabajo y de un extraordinaria minuciosidad acabó por recibir el encargo de llevar adelante el plan concebido por Heinrich Himmler para exterminar a todos los judíos en los territorios controlados por el reich.
Eichmann dedicó a ello todo su talento. Realizó con extraordinaria precisión todos los cálculos necesarios. Cuántos judíos por vagón de tren, cuántos morirían en promedio por el camino, cuál era la cantidad mínima de alimento necesaria, cuántas toneladas de carbón necesarias por mes, cuantos guardias, cuánto material se podía recuperar. Absolutamente todo. Hizo mover los resortes de la maquinaria del tercer reich con la exactitud de un reloj suizo para conseguir las metas que le habían marcado.
Tras la guerra mundial consiguió finalmente huir a Argentina refugiándose bajo la falsa identidad de Ricardo Klement, donde llevó una vida ordenada y silenciosa en compañía de su familia. Descubierto en 1957 por el Mossad, fue secuestrado por un comando israelí en Buenos Aires para ser trasladado a Israel donde fue juzgado y ahorcado en 1962.
Durante su proceso en Israel, Eichmann argumentó que él había sido tan sólo un planificador y un ejecutor. Una víctima de los tiempos que le había tocado vivir, siendo los auténticos responsables aquellos que le habían dado las órdenes.
La filósofa Hanna Arednt estudió profundamente la personalidad y la actuación de Eichmann durante el juicio para escribir su obra «Eichmann en Jersualén. Un estudio sobre la banalidad el mal». Quedó sorprendida por las escasez intelectual del mayor de los asesinos de la historia de Europa.
Podemos leer la interpretación de Hannah Arednt sobre la personalidad de Adolf Eichmann y tantos como él en su reflexión sobre la banalidad del mal «Estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron y siguen siendo terribles y terroríficamente normales»
Stanislav Petrov
A diferencia de Eichmann, para la mayoría de nosotros el nombre de Stanislav Yevgrafovif Petrov seguramente no nos diga nada, aunque su actuación haya tenido probablemente una trascendencia enorme para nuestras vidas.
Nacido en 1939, ingresó en el ejército soviético llegando a ocupar el cargo de teniente coronel. En el año 1983 Petrov estaba asignado al comando estratégico de defensa nuclear.
Ese mismo año de los finales de la guerra fría, la fuerza aérea soviética había derribado un avión comercial de Corea del Sur, el vuelo KAL 007, bajo el pretexto de haber invadido el espacio aéreo soviético matando a 269 personas incluyendo a un congresista norteamericano. La OTAN puso en marcha inmediatamente las maniobras militares Able Archer 83, circunstancia que fue interpretada por la KGB como el inicio encubierto de un ataque nuclear preventivo sobre la URSS.
Petrov estaba el día 26 de Septiembre de 1983 de servicio en el búnker Serpukhov-15 en las afueras de Moscú cuando se llevó el susto de su vida: el ordenador del búnker le alertó de la detección de un misil balístico, posteriormente de cuatro más, dirigidos a la URSS y procedentes de los Estados Unidos.
Un misil balístico intercontinental tarda sólo minutos desde su lanzamiento hasta alcanzar su objetivo en la otra parte del mundo. Sabedores de esto, los militares no habían previsto realizar muchas consultas. Las decisiones estaban tomadas de antemano en lo que se conoce como doctrina de la destrucción mutua asegurada. La obligación de Petrov era en ese momento ordenar el lanzamiento de un ataque nuclear de represalia contra los Estados Unidos.
Sin embargo y afortunadamente, Stanislav Petrov hizo otra cosa. Le parecía extraño que los norteamericanos hubieran lanzado un ataque de ese tipo contra su país con tan solo cinco proyectiles. Tenía dudas de la fiabilidad de los equipos y se saltó las órdenes. Atribuyó la alerta a una falsa alarma aún sin tener ningún medio para verificar la información del satélite y no informó del supuesto ataque. Luego se supo que efectivamente todo se había debido a un muy extraño error originado en la órbita de los satélites soviéticos.
Después de ese incidente, Stanislav Petrov fue acusado de desobediencia y de romper el protocolo de actuación militar. Cuestionado por sus superiores, recibió severas reprimendas y fue apartado de su servicio hasta su jubilación forzada. Actualmente Stanislav Petrov, el hombre que salvó al mundo de una muy probable guerra nuclear, malvive de una exigua pensión militar en la ciudad rusa de Fryzano en las cercanías de Moscú.
Las historias opuestas de Eichmann y Petrov tienen sin emb
argo un punto en común. La actitud del individuo frente al sistema y su capacidad e iniciativa para hacer lo que juzgue correcto por encima de sus supuestas obligaciones.
Pienso que si Eichmann hubiera vivido en la época actual, seguramente habría sido algo así como un oscuro y eficiente responsable logístico. Se habría desvivido por llenar puntualmente las estanterías de los supermercados de yogures o cereales con la misma eficiencia con la que había enviado judíos a las cámaras de gas. Y seguramente ambas actividades le hubieran causado iguales preocupaciones éticas.
Por otra parte seguramente Petrov habría sido despedido por saltarse las reglas y hacer lo que él creía que debía hacerse.
L.C.D.A. 